La cautivante presencia de la Luna en la poesía, el cancionero regional, las creencias y los oficios de los panzaverdes. |
Daniel Tirso Fiorotto / De la redacción de UNO - 19/7 |
Como era argentino y oriental, Juan Carlos Mareco sabía de ríos y de noches de amor en el naranjal. “La Luna que es caprichosa debe haber amanecido con ganas de untar de plata la magia de tu vestido. Tu figura se hace fruto de noche en el naranjal…”.
Poesía cantada con ritmo de guarania casi chamamé, popular, la letra de Pinocho Mareco.
Quizá la atracción que ejerce la Luna sobre el mar y genera las mareas, se repita en nosotros, quién sabe. Lo cierto es que, si hay un asunto recurrente en la poesía, es esta luna.
Y si el querido Mareco, tan dulce como el Topo Gigio, pudo ver la Luna en el oriente entrerriano, el Polo Martínez la alcanzó al galope entre la mosquitada en el extremo norte de Entre Ríos, donde la provincia se confunde con su hermana Corrientes. “Luna lindera embobada, como sé quedarme yo, aquí, en el Paso Telégrafo mirando el Guayquiraró”. Y comprendió el Polo que la Luna es compañera y sabe mirar y alumbrar, como lo sabía Yupanqui, por eso le sugirió algún pudor: “Luna del ‘mencho’ olvidado que canta por no llorar; mejor si, entoldada, cruzas los ranchos del arrozal”.
Ya en el oeste, quién no le cantó. Pero traemos a la memoria en particular a Arturo Capdevila porque este notable observador llegó un día a Paraná y le dedicó cinco páginas a nuestra ciudad, en “Tierra Mía”, tres de ellas al latifundio, una a la luna. Capdevila sí que sabía ver.
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