Desde aquellas jornadas, hay un pensamiento que viene transitando los pliegues íntimos de la historia: no habrá felicidad si no hay “repartición” de la riqueza, como le gustaba escribir tanto a Mariano Moreno como a Manuel Belgrano. Sin esa “repartición”, las fortunas acumuladas en pocas manos “serán perjudiciales” para miles y miles de “sudamericanos”, gritaban con claridad aquellos primeros papeles que resumían el proyecto de “la nueva y gloriosa nación”.
Belgrano iba más lejos aún y sostenía que la pobreza y las enfermedades son consecuencia de los monopolios, la corrupción, el contrabando y la concentración de dinero en pocas manos.
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