Gustavo Duch Guillot
La gente del movimiento Slow food me pidió que participara en su acto anual, el Día Tierra Madre del pasado 10 de diciembre, y lo hice con mucho gusto, aunque tengo que reconocer que medio les mentí. Sí, porque al comenzar mi exposición dije que intervenía en mi calidad de experto zoólogo. Y concretamente como experto malacólogo, es decir, especialista en el estudio de los moluscos. Como el caracol, el símbolo del Slow food.
El ser humano dejó de pasear y se subió a un automóvil para ganarle tiempo al tiempo. Pero, como ya expliqué en otra ocasión, el pensador Iván Illich demostró que si descontamos a la velocidad promedio a la que nos desplazamos, a lomos de un automóvil, el tiempo que trabajamos para pagar los costes del vehículo, la velocidad punta que obtenemos baja a unos 6 km/hora. Sólo un poco más rápido que la marcha que lleva una vaca paseando por un camino. La vaca a ese ritmo puede observar que por ese camino pasea también un caracol austero.
Si el camino pasa por Chiapas, México, observaríamos otros caracoles, las pequeñas comunidades campesinas autogobernadas que, como explica el subcomandante Marcos, son una pequeña parte de ese mundo a que aspiramos, hecho de muchos mundos. El caracol simboliza lo que allí están alumbrando: revoluciones que giran y giran como la espiral del caracol, hacia fuera para alejarse de los dolorosos modelos capitalistas, y hacia atrás buscando enseñanzas arrinconadas o extraviadas pero necesarias.
Red Latina SF-Leer
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