Dos maestros catalanes arribaron a Entre Ríos a finales del siglo XIX. Imbuidos de las ideas ácratas que acompañaron el proceso de industrialización de Barcelona y toda la región, abrieron en La Paz una escuela llamada Dignidad. Le sucedieron otros dos establecimientos en Diamante y Paraná. También el teatro fue un canal de expresión ideológico anarquista que tomaba elementos del entorno entrerriano. Se trató de una experiencia inédita que –hasta la segunda década del siglo XX– buscó superar el método normalista de enseñanza.
Jorge Riani
Encierra alguna importancia que el caño de bronce por el que se drena el agua de lluvia concentrada en el techo tenga forma de dragón? ¿Y que esas gárgolas, allá en lo alto del patio de escuela, sean pulidas de tanto en tanto para que no pierdan su brillo ante el verde-óxido? ¿El techo exterior necesariamente debe ser de pizarra? ¿Por qué las tulipas son de opalina? ¿Cuántos ladrillos se ocuparon levantando paredes que duplican el tamaño que requiere la simple necesidad de funcionalidad? Un mundo de mármoles, bronces, con revestimiento de cemento denominado Piedra Paris edifica la monumentalidad de la Escuela Normal de Paraná. Y no es simple y vana suntuosidad. Por el contrario, el lujo aparente de su edificio es una idea expresada en piedra y traducida en una política educativa.
Los edificios escolares, como la sede normalista, son una expresión clara del Estado que se sintetiza diciendo “aquí está la educación”. Eso es lo que dijo el Estado nacional cuando construyó esas catedrales laicas. Y no hay gastos superfluos cuando de resaltar el valor de la educación se trata.
Es que la Escuela Normal es más que un simple símbolo: ha sido, desde las postrimerías del siglo XIX y hasta bien entrado el XX, una usina de pensamiento y un factor de atracción para personalidades que dejaron su huella en las ciencias sociales y ciencias naturales, entre otros campos.
Fue además el generador de una masa crítica social que logró, incluso, el surgimiento de un grupo que se permitió discutir los métodos de enseñanza de la educación tradicional. Esa expresión apareció en Entre Ríos cuando el normalismo avanzaba en sus primeros años, tuvo una vida fugaz y se denominó “educación racionalista”. De su seno surgieron grupos de teatro y proclamas anarquistas.
De igual manera que las logias masónicas hallaron libertad plena de actividad durante ese tiempo y crearon bibliotecas populares; del mismo modo en que las 43 escuelas judías de la Jewisch Colonization Association llevaron la educación en pleno monte entrerriano y que el falansterio de San José intentaba un nuevo modo de organización social –todos temas que ya han sido abordados en “Entre Ríos secreta”–, los grupos anarquistas crearon sus propias instituciones.
El Diario-29/8-Leer Completo
Jorge Riani
Encierra alguna importancia que el caño de bronce por el que se drena el agua de lluvia concentrada en el techo tenga forma de dragón? ¿Y que esas gárgolas, allá en lo alto del patio de escuela, sean pulidas de tanto en tanto para que no pierdan su brillo ante el verde-óxido? ¿El techo exterior necesariamente debe ser de pizarra? ¿Por qué las tulipas son de opalina? ¿Cuántos ladrillos se ocuparon levantando paredes que duplican el tamaño que requiere la simple necesidad de funcionalidad? Un mundo de mármoles, bronces, con revestimiento de cemento denominado Piedra Paris edifica la monumentalidad de la Escuela Normal de Paraná. Y no es simple y vana suntuosidad. Por el contrario, el lujo aparente de su edificio es una idea expresada en piedra y traducida en una política educativa.
Los edificios escolares, como la sede normalista, son una expresión clara del Estado que se sintetiza diciendo “aquí está la educación”. Eso es lo que dijo el Estado nacional cuando construyó esas catedrales laicas. Y no hay gastos superfluos cuando de resaltar el valor de la educación se trata.
Es que la Escuela Normal es más que un simple símbolo: ha sido, desde las postrimerías del siglo XIX y hasta bien entrado el XX, una usina de pensamiento y un factor de atracción para personalidades que dejaron su huella en las ciencias sociales y ciencias naturales, entre otros campos.
Fue además el generador de una masa crítica social que logró, incluso, el surgimiento de un grupo que se permitió discutir los métodos de enseñanza de la educación tradicional. Esa expresión apareció en Entre Ríos cuando el normalismo avanzaba en sus primeros años, tuvo una vida fugaz y se denominó “educación racionalista”. De su seno surgieron grupos de teatro y proclamas anarquistas.
De igual manera que las logias masónicas hallaron libertad plena de actividad durante ese tiempo y crearon bibliotecas populares; del mismo modo en que las 43 escuelas judías de la Jewisch Colonization Association llevaron la educación en pleno monte entrerriano y que el falansterio de San José intentaba un nuevo modo de organización social –todos temas que ya han sido abordados en “Entre Ríos secreta”–, los grupos anarquistas crearon sus propias instituciones.
El Diario-29/8-Leer Completo
No hay comentarios:
Publicar un comentario