En el festejo de su nueva elección como gobernador de Córdoba, y después de agradecer “a la JP, a la CGT, a los empresarios cordobeses y a la gente de campo” que lo apoyó, José Manuel de la Sota, le avisó al gobierno nacional que “cuenten con Córdoba para unir y no para dividir” y afirmó además, y ésto tal vez sea lo más interesante y provocador de su discurso, que con su triunfo nace una nueva corriente política: el “cordobesismo”, que -según De la Sota y en términos más que muy genéricos- representa a “todos los que estamos a favor de Córdoba”. Redondeó esta idea diciendo en voz alta que había aprendido algo muy importante en ésta campaña: que ya “no es un peronista cordobés sino un cordobés peronista”.
El complejo agro-químico-industrial y sojero se expresa con De la Sota, pero no sólo con él. Y la política hegemónica es la expresión más concentrada de la economía hegemónica pero no es sólo eso ni totalmente eso. Hay una feudalidad capitalista extractiva detrás de ese discurso cordobesista y federal, pero también hay un espíritu histórico y cultural antiporteño que el delasotismo intenta explotar y sobrellevar. Siempre ha habido dos planos, dos concepciones, dos políticas -y no siempre bien diferenciadas- cuando hablamos de las soberanías particulares que fundaron el frustrado proyecto federal original: hay un federalismo del poder, una feudalidad burguesa y oligárquica federal, pero también hay un federalismo popular, una expresión de la lucha, las necesidades y las culturas de los pueblos.
Los dos federalismos se oponen a la centralización del poder político, pero el federalismo feudal (feudal como metáfora política, entendiendo las complejidades de los modos de producción en Nuestra América desde la era colonial) no se opone a la concentración de la riqueza, al saqueo y a la injusticia social -de hecho quiere “unidad” para eso, es decir una gobernabilidad ampliada-. El federalismo popular -una corriente subterránea, dispersa pero activa y latente desde el exilio forzado de Artigas- es el que lucha contra la concentración del poder y de la riqueza, planteando que el cambio debe ser profundo más allá de los internismos de los sectores de poder y sus gestores.
Mientras se genere desde arriba división social en clases y desigualdad, siempre habrá luchas para enfrentar esa injusticia estructural. Unirse políticamente con los que nos dividen económica y socialmente -pero que nos hablan de “unidad”- es más o menos un suicidio histórico. Las consecuencias se van viendo.
De la Sota dió un paso y antepuso su identidad territorial a su identidad político-partidaria. Ha habido otros cordobeses y otros provincianos que se jugaron a fondo por la emancipación política y social con otras identidades y son parte de la historia grande de nuestras luchas: cómo olvidarnos en este momento de Deodoro Roca y la Reforma Universitaria de 1918 y cómo no pensar en Agustín Tosco, en René Salamanca y en el extraordinario hecho histórico del Cordobazo. Juan Bautista Bustos, hace casi doscientos años, independizó a Córdoba del centralismo sumándola a la Liga Federal artiguista.
Tal vez sea un poco la historia la que le reclama a De la Sota anteponer su identidad territorial, además de la bronca política y social, y todo ésto sin desconocer -como dijimos más arriba- los intereses que hay detrás del discurso del gobernador electo, y sus propias especulaciones políticas. Tal vez sea la historia la que nos reclama a los entrerrianos decirnos fuerte entrerrianos y defender nuestra tierra y nuestros derechos, sin oportunismos, sin demagogia y sin discursos vacíos.
Es la historia, es el presente y es un futuro mejor, los que nos reclaman pensar transformaciones constituyentes -como las que han peleado y pelean otros pueblos hermanos en Nuestra América y en el mundo- que devuelvan poder, recursos, soberanía y respeto a los pueblos, y que impidan, de una vez y para siempre, el saqueo, la concentración y la injusticia.
Mauricio Castaldo
María Grande, Entre Ríos
9/8/2011
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