Cuando George W. Bush decidió restablecer la Cuarta Flota, la decisión parecía una perla más del largo collar de acciones militaristas que caracterizaron su administración. Ahora que Barack Obama se apresta a desplegar las fuerzas del Comando Sur en siete bases militares colombianas, es posible que algunos se sientan traicionados por los buenos modos con que engalanó sus primeros meses en la Casa Blanca. Más difícil es asumir que hay continuidades entre ambas administraciones, y que no se deben a alguna intrínseca maldad de los presidentes.
Tanto el Plan Colombia como las negociaciones para utilizar las siete bases se toman entre pequeños grupos de especialistas
y cuando ya está todo decidido se somete a una votación parlamentaria que difícilmente hace otra cosa que avalar decisiones ya tomadas. Ese funcionamiento está en el corazón de las actuales democracias.
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