La introducción de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) hace parte del negocio de los productos educativos o, para ser más precisos, indica hasta donde se está llegando en términos de mercantilización en el ámbito de la educación. La nueva lengua de la educación, dominada por el reduccionismo económico neoliberal, sostiene que los “servicios educativos” pueden ser suministrados por distintos oferentes, entre los que se incluye al capital privado, y esos servicios deben estar sometidos a las inexorables leyes del mercado, un eufemismo para referirse a la sed de ganancia, propia del capitalismo. En esa perspectiva, las grandes corporaciones de la tecnología informática ven a la educación formal como un suculento mercado.
En concordancia, los intereses de las “empresas del conocimiento” se sintonizan con los nuevos lenguajes pedagógicos en uso, impulsados por el Banco Mundial, en los que se destila una insulsa retórica sobre cosas tan triviales como “aprender a aprender” (sin importar contenidos), “aprendizaje a lo largo de toda la vida” (aunque el desempleo cunda en los cuatro puntos cardinales), “competencias laborales y empresariales” (para satisfacer los intereses de los capitalistas y las multinacionales), “calidad académica”, tal y como lo determinan los grandes capitalistas, es decir, elevada productividad, grandes márgenes de rentabilidad y cero pensamiento. Esta educación es, y no podía ser de otra forma, individualista y busca generar empleo cualificado y barato, en razón de lo cual los costos de preparación deben correr por cuenta de los propios individuos. Y es aquí donde las fulgurantes TIC son usadas por el capital corporativo transnacional que ha penetrado en el mundo educativo para propiciar la superación de los estrechos marcos escolares, a lo que en forma genérica se denomina “educación tradicional”, y se implemente el negocio de la educación virtual.
Un interés central radica en apropiarse de los cuantiosos recursos, mirados globalmente, que se mueven en el sector público de la educación, y que despiertan la codicia de grandes empresas capitalistas, por las perspectivas monetarias que se desprenden de la mercantilización de la educación, con un potencial mercado de clientes de todas las edades. Este nuevo nicho mercantil resulta muy atractivo, porque se crean nuevas necesidades y demandas, hasta el punto que se plantea la superación del estrecho ámbito escolar con sus nuevos programas, softwares, currículos, medios interactivos… y toda la bazofia lingüística que lo complementa. Con el pueril argumento que la escuela debe estar abierta a las necesidades del mercado, se busca que se subordine por completo a lo que las empresas educativas exigen que se produzca y se consuma en el interior de las mismas escuelas, como sucede con los productos informáticos.
El colmo de la desfachatez mercantil radica en postular que la escuela tal y como ha funcionado ya no es necesaria y que puede ser sustituida por la educación virtual, que ahora va a ser posible en la casa de cada familia. En Estados Unidos, por ejemplo, un millón de familias han renunciado voluntariamente a llevar sus hijos a la escuela y han optado por la “home school” (“escuela en casa”) para sus hijos. En este tipo de educación, los padres o un tutor contratado guía a los niños y jóvenes mediante la utilización de las TIC. No sobra recordar que quienes lo hacen cuentan con suficientes ingresos económicos como para financiar de su propio bolsillo la educación de sus hijos, prescindiendo de cualquier espacio escolar de tipo institucional y formal.
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