Sr. Director:
La gran carpa instalada por el Gobierno, impidiendo el habitual tránsito vehicular, ya de por sí caótico, paralela a la plaza principal, frente a la Catedral, debería haberse denominado “Alicia, en el país de las maravillas”, ya que sólo reflejaba una novela de fantasía (lo que se acostumbra llamar ciencia ficción) o una compilación de cuentos, a los cuales tradicionalmente nos tienen acostumbrados los gobiernos de turno.
Mientras hay escuelas (y no son pocas) que suspenden las clases por deplorables condiciones edilicias y los comedores escolares tienen ridículas asignaciones (aunque a la escuelas se debería asistir a aprender y no a comer); en tanto al pasar por escuelas leemos precarios cartelitos informando la suspensión de clases por falta de agua; mientras los elementos de higiene y limpieza son aportados por la cooperadoras escolares con dinero de los padres (aunque estas entidades no deberían existir en escuelas estatales), y bancos, escritorios y otros elementos muebles no se proveen por falta de recursos, se abona en cambio un exorbitante alquiler diario para hacer propaganda oficialista, sólo para aparentar ante visitantes de otras provincias, con cuidadosas y prolijas fotografías, estampas y audiovisuales y un staff de “investigadores históricos”, “ambientadores”, “diseñadores” y “fotógrafo”, y señoritas que repartían programas. Tal, el costo, como si fuera una película de Disneylandia.
Todo ello muestra un panorama de fantasía, lejos de la realidad. Penosa realidad que —admito— no es de ahora, sino que se arrastra de otros gobiernos democráticos y dictatoriales.
La realidad demuestra que los días de clase son menos, porque se suceden los paros docentes, que protagonizan maestros que no son los de otrora, con vocación. Ahora la docencia parece ser una precaria salida laboral, actividad que muchos desempeñan con irresponsabilidad, exigiendo manuales de alto costo y sin alternativa y aconsejando a los educandos prenderse a Internet.
Los contenidos de los planes de estudio, siempre en discusión y reforma, están lejos de lograr una eficiente instrucción de niños y jóvenes.
Y allí ha estado la carpa, exhibiendo una cuidadosa fantasía. El módulo 13 mostraba unos pocos de los innumerables y maravillosos libros escolares del pasado (corta, la investigación). Tampoco se menciona que existieron libros de adoctrinamiento a las figuras de Juan Perón y Eva Duarte, ni que hubo un libro inapto para escolares, de lectura obligatoria, no escrito por su “autora” y cuyo contenido carece de escritos ejemplificadores e instructivos.
La carpa ha sido un adorno prescindible de un Congreso en el cual disertaron personalidades, que pongo en duda si conocen la realidad del sistema educativo. La práctica, no la teoría.
Esto del Bicentenario, me recuerda el Mundial de Fútbol. Alto costo de una cortina de humo y luego “todo quedará como era entonces”.
La gran carpa instalada por el Gobierno, impidiendo el habitual tránsito vehicular, ya de por sí caótico, paralela a la plaza principal, frente a la Catedral, debería haberse denominado “Alicia, en el país de las maravillas”, ya que sólo reflejaba una novela de fantasía (lo que se acostumbra llamar ciencia ficción) o una compilación de cuentos, a los cuales tradicionalmente nos tienen acostumbrados los gobiernos de turno.
Mientras hay escuelas (y no son pocas) que suspenden las clases por deplorables condiciones edilicias y los comedores escolares tienen ridículas asignaciones (aunque a la escuelas se debería asistir a aprender y no a comer); en tanto al pasar por escuelas leemos precarios cartelitos informando la suspensión de clases por falta de agua; mientras los elementos de higiene y limpieza son aportados por la cooperadoras escolares con dinero de los padres (aunque estas entidades no deberían existir en escuelas estatales), y bancos, escritorios y otros elementos muebles no se proveen por falta de recursos, se abona en cambio un exorbitante alquiler diario para hacer propaganda oficialista, sólo para aparentar ante visitantes de otras provincias, con cuidadosas y prolijas fotografías, estampas y audiovisuales y un staff de “investigadores históricos”, “ambientadores”, “diseñadores” y “fotógrafo”, y señoritas que repartían programas. Tal, el costo, como si fuera una película de Disneylandia.
Todo ello muestra un panorama de fantasía, lejos de la realidad. Penosa realidad que —admito— no es de ahora, sino que se arrastra de otros gobiernos democráticos y dictatoriales.
La realidad demuestra que los días de clase son menos, porque se suceden los paros docentes, que protagonizan maestros que no son los de otrora, con vocación. Ahora la docencia parece ser una precaria salida laboral, actividad que muchos desempeñan con irresponsabilidad, exigiendo manuales de alto costo y sin alternativa y aconsejando a los educandos prenderse a Internet.
Los contenidos de los planes de estudio, siempre en discusión y reforma, están lejos de lograr una eficiente instrucción de niños y jóvenes.
Y allí ha estado la carpa, exhibiendo una cuidadosa fantasía. El módulo 13 mostraba unos pocos de los innumerables y maravillosos libros escolares del pasado (corta, la investigación). Tampoco se menciona que existieron libros de adoctrinamiento a las figuras de Juan Perón y Eva Duarte, ni que hubo un libro inapto para escolares, de lectura obligatoria, no escrito por su “autora” y cuyo contenido carece de escritos ejemplificadores e instructivos.
La carpa ha sido un adorno prescindible de un Congreso en el cual disertaron personalidades, que pongo en duda si conocen la realidad del sistema educativo. La práctica, no la teoría.
Esto del Bicentenario, me recuerda el Mundial de Fútbol. Alto costo de una cortina de humo y luego “todo quedará como era entonces”.
Eduardo Altman
LE 5.945085
El Diario-20/4/2010
Federación/ Denuncian fallas eléctricas en escuela de jornada completa
AIM-20/4
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