En pocas ciudades del mundo se vive el mismo contraste violento que en la zona porteña de Retiro. Separadas sólo por Avenida del Libertador, la parte más coqueta de Barrio Norte se roza con la Villa 31 como en el centro de Detroit se yuxtaponen los lujosos rascacielos corporativos con los barrios negros de casas rodantes. Pero el abismo social y económico no impide que a ambos lados de ese muro invisible se sienta con fuerza el mismo fenómeno de los últimos tres meses: la aceleración de la inflación. El impacto difiere mucho entre uno y otro lado, porque mientras los vecinos de la calle Arenales optan por espaciar sus salidas a restaurantes gourmet o huelen dos veces los quesos franceses antes de hacerlos pesar, quienes trajinan los pasillos de la villa se ven forzados a eliminar la carne y el pollo de sus dietas diarias. O a cambiar el guiso por verduras frías a falta de plata para la garrafa. Lo llamativo es que tanto los comerciantes como los compradores de ambos barrios coincidan en que los aumentos de 2010 cambiaron por completo sus hábitos de consumo. Es el dato que pudo comprobar Crítica de la Argentina tras recorrer durante 24 horas las dos zonas, durante la semana en que el Gobierno insistió como nunca antes en negar la suba de los precios para travestirla en mero “reacomodamiento”.
Crítica-4/3-Leer
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